La fiebre, ese aumento de temperatura que activa defensas inmunológicas en humanos y otros mamíferos, podría no ser suficiente para frenar a ciertos virus de influenza aviar. Así lo demuestra una reciente investigación publicada en Science (noviembre 2025), que pone en evidencia cómo algunos virus originados en aves pueden resistir el “calor” de un cuerpo en alerta.
Los científicos, liderados por Matthew L. Turnbull y un equipo de más de 20 autores, analizaron cómo reaccionan distintas variantes del virus de influenza A ante temperaturas elevadas, comparando cepas adaptadas a humanos con otras provenientes de aves. ¿El resultado? Mientras que los virus humanos se debilitan a temperaturas febriles, los aviares... ni se inmutan.
Aves, fiebre y un dato clave
Las aves tienen una temperatura corporal naturalmente más alta que los mamíferos: entre 40 °C y 42 °C. No es novedad que los virus de influenza aviar se replican en ese entorno caluroso. Lo interesante es cómo este “origen caliente” puede volverse una ventaja cuando el virus salta de especie.
El estudio apunta a una proteína específica, la PB1, parte del motor replicativo del virus (su polimerasa). Al incorporar esta subunidad de origen aviar a virus humanos, los investigadores observaron una mayor capacidad de replicación a altas temperaturas, tanto en cultivos celulares como en ratones con fiebre inducida.
¿Por qué importa?
Durante una infección, la fiebre no solo es síntoma: es arma. Pero si el virus resiste esa arma, estamos ante un problema mayor. “Los virus que lograron adaptarse a temperaturas febriles provocaron cuadros más severos en los modelos animales, incluso cuando la fiebre estaba presente”, explican los autores.
Esto no solo ayuda a entender por qué ciertas cepas aviares pueden causar pandemias más agresivas. También levanta una bandera sobre los riesgos de subestimar los componentes genéticos de los virus que circulan en animales de producción, como aves de corral.
La investigación incluso retrocede en el tiempo: los virus responsables de las pandemias de influenza de 1918, 1957 y 1968 contenían esta misma proteína PB1 de origen aviar. No es casualidad: esas pandemias fueron más letales que las gripes estacionales que vinieron después.
Los resultados abren interrogantes sobre el uso indiscriminado de antipiréticos, que bajan la fiebre pero podrían dejar el terreno más fértil para los virus aviares resistentes, comprometiendo también a la salud pública. También refuerzan la importancia de la vigilancia genómica en virología animal, particularmente en las granjas avícolas.