La vaca recién parida es las más delicada del rebaño. Enfrentan riesgos médicos que afectan su salud, productividad y fertilidad. En este artículo técnico publicado en la Revista Frisona Española se exploran las principales enfermedades clínicas y subclínicas en el período posparto.
Las tres cuartas partes de los problemas médicos que sufren ocurren durante el primer mes de paridas. Aquí se incluyen los partos distócicos; las enfermedades metabólicas como la retención de placenta, la hipocalcemia, la cetosis, las indigestiones o las dilataciones de cuajar; y los problemas infecciosos como la metritis, la mastitis o las neumonías.
Además, según discurra este periodo se va a desarrollar el resto de la lactación. Evidentemente, la vaca que enferma con alguna o varias de las enfermedades anteriores va a ver afectadas su producción y fertilidad posteriores.
Impacto sanitario
Los aspectos que se ven influenciados por las enfermedades subclínicas son la producción de leche; la salud de la ubre y con ella el nivel de células somáticas; las cojeras; los problemas reproductivos como el anestro posparto, o sea, las vacas que no salen en celo, el aumento del número de inseminaciones por preñez, las reabsorciones embrionarias o los quistes ováricos; la mortalidad y la tasa de desecho involuntario, entre otros muchos problemas.
Tradicionalmente, cuando los ganaderos detectaban una vaca en la sala de ordeño que había bajado la producción o veían en los corrales que no comía o no se levantaba rápidamente a ordeñar o a comer, llamaban al veterinario inmediatamente.
Pero al aumentar el tamaño de las granjas y con ello la mano de obra, en muchas ocasiones muy atareada o poco cualificada, los ordeñadores no se percatan del descenso de la producción. Tampoco prestan tanta atención a comportamientos anómalos de las vacas y por ello ya no se hace un diagnóstico temprano de los problemas.
Para solventar el problema del diagnóstico veterinario temprano, tanto de las enfermedades clínicas como las subclínicas, los veterinarios ofrecieron a los ganaderos la posibilidad de servicios extra, programas de diagnóstico clínico y laboratorial que permitían el tratamiento temprano a las vacas que lo necesitasen.
Se trataba de que durante los 10 o 14 primeros días posparto las vacas fueran exploradas diariamente. Para ello se les tomaba la temperatura rectal, se medía la acetona en leche, orina o sangre, se comprobaba el llenado del rumen y/o los movimientos ruminales por observación directa o por auscultación, también se auscultaba el cuajar por si estaba dilatado y desplazado y se comprobaba si había retención de placenta o flujo uterino anómalo, bien extrayéndolo por medio de un masaje rectal o por exploración vaginal con un espéculo o directamente por palpación vaginal con la mano enguantada.
Con todo lo anterior completado se hacía el diagnóstico temprano y se trataban las vacas.
Nuevos protocolos para el tambo
Al aumentar el tamaño de las explotaciones detectar las vacas enfermas se convirtió en un problema. Además, con el descubrimiento de las enfermedades subclínicas, que eran las que no producían síntomas clínicos, se hicieron muy populares los protocolos, basados en la toma de temperatura y la detección de cuerpos cetónicos en sangre, para diagnosticar metritis y cetosis durante los primeros diez días posparto.
El tratamiento precoz de los animales que se diagnosticaron de esa manera, sin duda, era positivo frente a los animales no tratados y que evolucionaron agravando esas enfermedades.
Esos estudios se hicieron en granjas experimentales o privadas que disponían de abundante mano de obra veterinaria, por lo menos mientras duraron los estudios. Pero en granjas con asistencia veterinaria reducida esos protocolos implicaron tener mucho tiempo a las vacas amarradas.
Buscando soluciones
Si un tambo crece en número de animales tiene que crecer proporcionalmente en mano de obra y, sobre todo, en el tamaño de las instalaciones.
Pero, ¿cómo se haces para que los empleados detecten las vacas enfermas y no digamos ya, las vacas con enfermedades subclínicas? Sin duda hay que tener mano de obra suficiente, formarla y ofrecer protocolos sencillos de detección de los diversos problemas médicos.
También es muy importante contar con servicios veterinarios que tengan disponibilidad suficiente para nuestras necesidades. Pero las dos cosas, como todos sabemos, cada vez son más difíciles de encontrar.
La ayuda de la tecnología
Afortunadamente la tecnología acude en la ayuda al ganadero. Hace tiempo que disponemos de robots y salas de ordeño informatizadas que avisan al ganadero de las vacas que tienen descensos en la producción de leche y ello permite que nos centremos solo en ellas y no en todas las vacas del corral.
Y más recientemente los sistemas de monitoreo automatizado, basados en acelerómetros instalados en los collares de las vacas, ya no solo sirven para detectar el celo y decirnos el momento óptimo para inseminar, sino que también, analizando con programas de inteligencia artificial sofisticados los datos de movimiento, rumia, descanso, etc., nos avisan, muy precozmente, de las vacas que pueden sufrir algún problema y así solo tendremos que atenderlas a ellas dejando tranquilas al resto de las vacas.
Pero los collares de monitoreo más avanzados tienen una función aún mejor que la de detectar animales enfermos, avisan cuándo hay problemas en todo el corral. Pueden detectar una disminución general de la rumia como sucede cuando hay un cambio de ración o de materias primas problemático, cuando hay un aumento del número de animales en el corral que acarree estrés social o aumentos de la temperatura ambiente que originen estrés por calor. Cuando alguna de esas circunstancias es detectada, especialmente en el corral de preparto, nos va a permitir adoptar medidas correctoras tempranas, tanto individuales como de grupo, que nos hagan adelantarnos a los problemas y con ello tener inicios de lactaciones sin enfermedades y, por ende, más productivas.
La solución no es diagnosticar y curar, ni siquiera las enfermedades subclínicas, la solución es anticiparnos a los problemas para que las vacas no enfermen.
FUENTE: Juan Vicente González - Revista Frisona