Seguramente en medio de tantas noticias, los lectores de esta columna se habrán percatado de la aparición en escena de una enfermedad con tintes medievales.
En estas semanas, los diarios del mundo comentaban casos de peste bubónica: primero en Mongolia, por el consumo de carne de marmota, luego dos casos en China y posteriormente, la muerte de un hombre en California luego de ser picado por una pulga.
Como si no tuviéramos poco con el COVID19, se nos suma este año, la reemergencia de una enfermedad con sabor apocalíptico.
Porque todos hemos escuchado, ya sea cuando estudiamos en el colegio o por haber visto el final del DVD de la película Ratatouille (hay una infografía sobre este tema), de la Peste Negra que azotó al mundo occidental conocido durante la baja Edad Media.
Se estima que, en ese momento, murió un cuarto de la población europea por acción de esta bacteria.
Fue el pavor de una sociedad, que veía aterrorizada, como sucumbían personas de toda clase social en diferentes puntos del continente. Nadie conocía los mecanismos verdaderos de transmisión de la enfermedad y creyeron que el fin de los tiempos se acercaba.
La Peste Negra (o Bubónica) es una enfermedad producida por una bacteria conocida como Yersinia pestis.
Es una zoonosis de distribución mundial en la que se encuentran involucrados los roedores. Los seres humanos actúan, en el ciclo de transmisión, como hospedadores accidentales.