Sabemos que, a nivel general, los motivos que impulsan el cambio pueden sonar tan rimbombantes como ajenos a una realidad cotidiana en la cual el «show» debe continuar pese a crisis, presiones impositivas, devaluaciones, cambios generacionales y motivaciones, entre otras situaciones. Contexto de complejidad e incertidumbre; velocidad del cambio; revolución tecnológica…. Ha cambiado la tecnología, la forma de aprender y de entender la realidad; se han modificado los modelos de creación de valor, los consumidores, el perfil de los voluntarios y los colaboradores. La sociedad entera ha cambiado, y sigue haciéndolo a toda velocidad. Transitamos una nueva Era. Ahora bien, coincidiremos en que los elementos previos son los que determinan la necesidad de cambio, no obstante lo cual resulta compleja y hasta veces «imposible» la gestión concreta del mismo.
Tiempo de transformar
En su libro «La empresa emergente», Rafael Echeverría ha sabido interpretar esa rareza contradictoria de la cual las empresas son víctimas. Y le atribuimos la calificación de «rareza contradictoria» a esa sensación de resistirnos a cambiar, más allá de reconocer los beneficios concretos de hacerlo. De hecho, hasta lidiamos con la amenaza constante de saber que si no generamos modificaciones concretas perderemos mercado, clientes, empleados, proveedores, rentabilidad, etc. Por esto el mencionado autor fomenta la necesidad de cambio sin hablar del mismo, haciéndolo todavía más elocuente al sostener que las actuales son empresas emergentes: no han terminado de nacer, ni desarrollarse.
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Vale reforzar que al sostenerse «que no han terminado de nacer», se deja implícito el cambio constante por medio del cual las organizaciones deben adaptarse a las demandas del contexto externo. Para ser más explícito en su argumento, Echeverría utiliza un recurso tan simple como concreto y visible: realiza una comparación entre esa empresa emergente (la de nuestros días) y la tradicional (por todos conocida y de la cual seguramente hemos formado parte en algún momento). En el Cuadro Nº 1 podrán apreciar una comparativa tan simple y obvia, pero clarificadora. Transformar-se hoy no es una posibilidad, es un imperativo. Esta transformación implica incorporar otra manera de “hacer” la empresa. La dificultad de este movimiento radica en que tendremos que desafiar creencias muy instaladas en nosotros mismos respecto de cómo se lidera un equipo, cómo se trabaja, cómo se produce, cómo se llega a los resultados, etc, etc.. Para transformar estas creencias, los invitamos a reflexionar en base a dos interrogantes bien concretos que nos ayudarán al momento de apostar por el cambio; por la posibilidad de transformarnos.
¿Sobre qué fundamentos se basó nuestra empresa?
Para abordar este tema, sería interesante recordar algunas palabras de Taylor: «En nuestro esquema, no les pedimos iniciativa a nuestros hombres. No deseamos iniciativa alguna. Todo lo que queremos de ellos es que obedezcan las órdenes que les impartimos, que hagan lo que les decimos, rápido». «A ustedes los tenemos por su fuerza y habilidad mecánica, les pagamos a otros para que piensen.» ¿Les resultan familiares estas afirmaciones?
Cuadro Nº 1. Cuadro comparativo. Presente y futuro.
Criterios
Empresa tradicional
Empresa emergente
Trabajo preponderante
Manual
No manual
Fundamento del trabajo
Destreza física
La palabra
Clave de la productividad
Movimiento y tiempos
Competencias conversacionales
Mecanismo de coordinación
Línea de ensamblaje
Rediseño de procesos (workflow)
Mecanismo de regulación
“Mando y control”
Autonomía responsable
Carácter de regulación
Techo
Piso
Emocionalidad de base
Miedo
Confianza
Perfil de autoridad
Capataz
Coach (facilitador de aprendizaje)
Tipo de organización
Piramidal y jerárquica
Horizontal y flexible
Criterio guía
La estandarización
Aprendizaje organizacional
Fuente: “La empresa emergente”, Rafael Echeverría.
¿Cómo funciona nuestra mente?
Un interesante aporte en este sentido por el neurocientífico Michael Gazzaniga nos puede ayudar a entender por qué resulta tan difícil cambiar la manera de hacer, de pensar y de sentir. Este profesional desarrolló la «teoría del intérprete», por medio de la cual se postula que el cerebro humano (el hemisferio izquierdo) contiene un intérprete; un grupo de redes neuronales especializado en dotar de sentido a la actividad incesante de nuestro propio cerebro, inconsciente y automática en su inmensa mayoría. Este intérprete es el encargado de dar una base narrativa a las cosas que hacemos y a cómo nos sentimos. Crea la ilusión de que las cosas que hacemos son coherentes y articuladas, de forma intencional. Siempre está a disposición para crear argumentos razonables; para justificar acciones. Cuando algo no encaja, el intérprete acomoda el relato, eliminando el dato molesto. Asimismo, cuando hacemos una acción inapropiada, nos hará sentir que lo que hicimos no es nuestra responsabilidad. Esta sensación de coherencia es importante para sobrevivir, pero a la vez nos lleva a resistirnos al cambio, a buscar mejoras, a aceptar que hay “creencia” instalada; formas de hacer que no sirven más. Saber que tendemos a racionalizar (a través de nuestro interprete) nos permite desarrollar una mejor autoobservación. Esta es una capacidad fundamental para transformar-se. Entendiendo esto y por medio del Cuadro Nº 2 les proponemos un ejercicio de autoobservación: la propuesta es estar atentos al uso que cada uno hace de su intérprete. Anoten, es el primer paso para la toma de conciencia y para que el cambio de creencias sea posible. Una vez más, en este artículo hemos intentado invitarlos a hacer un recorrido en el cual podamos encontrar la respuesta a nuestro eje central: ¿Para qué cambiar? ¿Encontraron sus respuestas? Si es así pueden compartirlas con nosotros mediante las distintas redes sociales con el hashtag #ParaQueCambiar. ¿Se animan?
Cuadro Nº 2: Ejercicio de autoobservación. ¿Cómo utilizamos nuestro “intérprete”?