Con el avance de la agricultura intensiva, los caracoles terrestres del género Bulimulus han pasado de ser habitantes silenciosos del suelo a convertirse en protagonistas de un problema creciente. Su capacidad de adaptación y reproducción los posiciona como una amenaza para cultivos clave en Argentina, desde la siembra hasta la cosecha.
Según un informe de Aapresid, en lo que va de la campaña, las condiciones ambientales han favorecido la actividad de los caracoles, detectándose en lotes con antecedentes de ataques. Su presencia es alta en malezas, rastrojos y cultivos emergentes, generando preocupación por posibles daños en los estadios iniciales.
Por este motivo, dialogaron con el especialista Luis Vignaroli, de la Cátedra de Zoología Agrícola de la FCA-UNR, para analizar las características, el impacto y las estrategias para manejar estos moluscos nativos que desafían los sistemas productivos en directa.
Un problema en expansión
Los caracoles terrestres de la familia Bulimulidae habitan en una amplia gama de ambientes y tienen una notable capacidad de adaptación a diversas condiciones climáticas y hábitats. El género Bulimulus comprende más de 68 especies, de las cuales ocho -incluida B. bonariensis, una de las más comunes- se encuentran en Argentina, reportándose como potenciales plagas en varios cultivos extensivos con impactos económicos e incluso sanitarios. “Por lo general aparecen de primavera en adelante, favorecidos por temperaturas moderadas y humedad relativa alta”, adelantó el especialista.
En las últimas décadas, la intensificación agrícola incrementó la importancia de los moluscos como plagas. La mayor disponibilidad de alimento, la disminución de controladores naturales y la aplicación de fertilizantes estimulan su proliferación. Su alta capacidad reproductiva, mecanismos avanzados de defensa contra el estrés y baja especificidad en su dieta también podrían contribuir significativamente a su éxito y alto potencial colonizador en ambientes agrícolas alterados.
La dieta de estos caracoles se basa en tejido vegetal vivo. Los adultos entierran sus huevos bajo la superficie del suelo, los que tienen aspecto de pequeñas esferas blancas y brillantes. Al eclosionar, los juveniles tienen un caparazón blando que requiere calcio para crecer y fortalecerse. Cuando son adultos, pueden vivir más de un año, se reproducen sexualmente y son hermafroditas, lo que les permite inseminarse mutuamente para producir descendencia.
Impacto en cultivos
En cultivos como soja, maíz y algodón, los caracoles atacan en dos momentos clave: en la emergencia/implantación, donde ocasionan daños foliares y a nivel del suelo en las plantas y en la cosecha, cuando se da el perjuicio más importante al obstruir las rejillas y zarandas atascando la cosechadora con sus cuerpos gelatinosos, lo que provoca la pérdida de granos y de calidad.
Suelen observarse adheridos a hojas y tallos, pero generalmente no causan mayores daños, aunque en condiciones de altas poblaciones y falta de otros alimentos, pueden comprometer el desarrollo de plántulas. Particularmente en soja, no suelen ocasionar una defoliación que comprometa al índice de área foliar crítico para el crecimiento y al rendimiento del cultivo.
Su aparato bucal está compuesto por un elemento llamado rádula, explicó Vignaroli, que va raspando la hoja y termina traspasando, provocando daño directo, y daño indirecto al favorecer el ingreso de patógenos. Si bien prefieren soja antes que maíz, se los puede encontrar en gramíneas también, dependiendo de la presión de la plaga y la disponibilidad de alimento, explicó Vignaroli.
Recomendaciones de manejo
El control de Bulimulus sp. enfrenta desafíos por la falta de información específica. Sin embargo, el especialista destacó algunas estrategias que pueden ayudar a su manejo integrado.
En primer lugar, se recomienda realizar monitoreos previos a la siembra, particularmente en lotes donde se ha registrado su presencia. Es importante considerar el historial del lote, especialmente si hubo presencia de la plaga en campañas anteriores. El monitoreo debe incluir tanto las malezas como el suelo cercano a las mismas, ya que las utilizan como refugio cuando no hay cultivos.
También se debe inspeccionar a nivel del suelo, moviendo la cobertura presente para detectar la presencia de individuos de manera temprana. Una forma práctica de evaluar la movilidad de los caracoles es observar si se trasladan al atardecer. “Si bien no se dispone de información específica sobre umbrales de control de esta plaga, algunos especialistas mencionan que los controles no deberían efectuarse con densidades inferiores a 4 caracoles/planta”, indicó Vignaroli.
Dentro de las herramientas de control, una de las alternativas más eficaces es el cebo que utiliza como principio activo el metaldehído. Si las condiciones ambientales son favorables, se puede alcanzar un control efectivo durante 2 a 4 semanas, logrando mantener la población bajo niveles adecuados. Sin embargo, la factibilidad del cebo se basa en el consumo por parte de la plaga.
Por lo tanto, se aconseja aplicarlo tras lluvias y en condiciones de alta humedad, cuando la movilidad de los caracoles facilita el consumo del cebo. Asimismo, se debe tener en cuenta que el metaldehído se degrada rápidamente, por lo que, si se aplica y no están las condiciones dadas para que baje el caracol y lo consuma, se puede perder por la acción de la lluvia o el sol.
Estrategia preventiva
Para su manejo se recomienda actuar preventivamente, ya que en estadios finales del cultivo, los individuos entran en un periodo de pausa, generando un tapón mucoso para evitar la deshidratación y quedando adheridos a la parte superior de la planta. “En este momento es muy poca la posibilidad de que bajen y se alimenten de los cebos, por lo que se convierte en una problemática durante la trilla”, señaló.
La aplicación de insecticidas foliares suelen ser ineficaces, por su baja capacidad para penetrar el caparazón de los caracoles que se encuentran inactivos. Por lo que normalmente este tipo de controles solo alcanza niveles de control de entre 40% a 50%. Cabe aclarar que existen pocos ingredientes activos disponibles y con registro para el manejo de Bulimulus sp. o para su uso en cultivos.
El especialista advirtió que, a su vez, la aplicación innecesaria de insecticidas resulta en la disminución de poblaciones de coleópteros y dípteros que controlan caracoles. “Este desequilibrio ambiental dado por la mala aplicación de insecticidas, sumado a su difícil control, indudablemente provocan este aumento en la plaga.”
El manejo efectivo de esta plaga requiere más investigaciones para desarrollar herramientas específicas y protocolos de prevención, monitoreo y control validados localmente. Los productores deben actuar de manera preventiva y monitorear de forma constante, especialmente en lotes con historial de infestaciones.
FUENTE: Aapresid