La ganadería constituye el principal motor agropecuario en la Patagonia Norte, abarcando las provincias de Río Negro y Neuquén. Con aproximadamente 9.000 productores involucrados y una significativa contribución al Producto Bruto Geográfico Agropecuario (39% en Neuquén y 35% en Río Negro), esta actividad es vital para la región.
Un informe del INTA, con datos de 2022 y publicado en agosto de 2025, subraya la constante búsqueda de ganadería sostenible en zonas áridas y semiáridas, destacando las estrategias para la toma de decisiones a escala predial y regional.
El 85% de los productores son de tipo familiar (AF), caracterizándose a menudo por su informalidad económica y tenencia precaria de tierras. Históricamente, han enfrentado severos desafíos como la predación y las recurrentes sequías, lo que ha impulsado un progresivo reemplazo de la producción ovina por bovina. Una productora de Avellaneda lo sintetiza con crudeza: "El puma les gana".
Para estos productores, la sanidad animal es una prioridad indispensable para la subsistencia de sus rodeos. A pesar de su baja tecnificación general, acceden a asistencia veterinaria esencial para realizar vacunaciones, raspajes y sangrados de reproductores, e incluso a pruebas para la detección de tuberculosis. La nutrición adecuada se reconoce como un pilar para mantener la buena condición y la capacidad reproductiva del ganado, un aprendizaje forzado por las duras experiencias pasadas.
Trazabilidad y formalización: una brecha a resolver
La especialización productiva es notoria: Neuquén concentra el 88% de la producción caprina, mientras que Río Negro lidera en ovinos (85%) y bovinos (77%). Para el ganado bovino, el control sanitario y la trazabilidad se garantizan mediante el Documento de Tránsito Electrónico (DTe) del Senasa, una herramienta fundamental para registrar sus movimientos hacia faena, invernada o reproducción.
Sin embargo, el informe revela un muy bajo registro de DTe para ovinos y caprinos, con solo un 9% y 4% de su stock declarado, respectivamente. Esta disparidad se atribuye a la informalidad de muchos productores familiares, al autoconsumo y a los traslados en el ámbito local o municipal, que no exigen la misma documentación.
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Inversión y tecnificación
Las crisis pasadas, como la sequía prolongada de 2005-2010 y la erupción volcánica de 2011, que generaron una de las mayores mortandades de hacienda en la historia patagónica, impulsaron la adaptación de todo el sector. Como señaló un productor de Pichi Mahuida, "Hoy sabemos dar de comer... las miserias te dejan alguna enseñanza". Esta experiencia llevó a la incorporación de infraestructura de alimentación y a la suplementación estratégica.
Los productores no familiares (NoAF), que representan el 15% restante, muestran una mayor capacidad de inversión. Destacan por la adquisición de genética mejorada, la implementación de sistemas de engorde en áreas bajo riego, y la incorporación de tecnologías avanzadas como la "caravana electrónica" para optimizar la identificación y el seguimiento sanitario de sus animales. La barrera sanitaria al norte del río Colorado ha sido, además, un factor crucial para el desarrollo de sistemas de engorde bovino en la región.
Resiliencia
En síntesis, la ganadería patagónica se encuentra en una transición hacia una mayor resiliencia y modernización. La gestión de la sanidad y la trazabilidad, aunque con notables diferencias entre los tipos de productores, se consolidan como pilares esenciales para su desarrollo sostenible y su integración en mercados más formales, garantizando la calidad y el futuro de la actividad en un entorno desafiante.