Reconocer sus signos es de vital importancia para tomar medidas y antagonizarlo, actuar precozmente es tremendamente satisfactorio para mitigarlo, para revertirlo y eliminarlo por completo de nuestra vida.
Cuando recibimos un paciente con enfermedad cardíaca avanzada, por ejemplo, en fase C de ACVIM sabemos que ayudarlo es complicado. También, que la clave del éxito hubiese sido detectarlo en fases iniciales, con signos clínicos leves o mejor aún, en fases asintomáticas. Todos los veterinarios lo sabemos.
También sabemos que cuando un paciente llega a la consulta descompensado, por ejemplo, con edema pulmonar cardiogénico, el propietario exigirá que “salvemos a su perro” porque es “uno más de la familia”.
Mostremos a las nuevas generaciones de veterinarios que pueden ser felices, desarrollar la profesión al más alto nivel y ganar dinero haciéndolo. No tengamos miedo de decirlo.
Sabemos que muchas veces esa “exigencia” no se acompaña de recursos económicos para que nosotros despleguemos la mejor medicina.
No siempre ocurre, pero ocurre.
Que no cuente con los recursos económicos no es un factor que dependa de nosotros, tampoco depende de nosotros que ese “integrante de la familia” tenga 12 años y jamás haya visitado una Veterinaria “porque siempre fue sanito”.
Pero por más que estos factores no dependan de nosotros, por algún motivo a los veterinarios nos gusta cargar con mochilas que no nos corresponden cargar, pareciera que nos encanta absorber responsabilidades ajenas.
Acumular todo el peso de esas responsabilidades en algún momento se transforma en perjudicial para nuestra salud.
Podemos compartir decenas de ejemplos en los que ocurre algo parecido, gastroenteritis hemorrágicas en pacientes sin vacunas, tumores mamarios de años de evolución que metastizaron, insuficiencias renales con meses de pérdida de peso severas y valores de urea y creatinina por las nubes, y más casos complicados que vienen con dueños complicados.
A veces el propietario propone la eutanasia cuando el paciente tiene chances y otras veces se opone cuando el sufrimiento está instalado.
Estamos permanentemente interviniendo en situaciones complicadas.
#EL DATO#
Hay estudios de la Asociación Americana de Medicina Veterinaria donde se demuestra que la tasa de suicidios de los veterinarios es 3 veces superior a la de la población general; y estudios en Inglaterra elevan esta tasa a 4. No es un tema para tomarlo a la ligera, ni para esconder debajo de la alfombra.
Jornadas laborales interminables, honorarios modestos, escaso reconocimiento social, ritmo acelerado en el trabajo (y en la vida), necesidad continua de actualizarse e invertir en la Veterinaria (difícil de realizar cobrando honorarios modestos), temor a cometer errores; todo va sumando en la cuenta del estrés.
El estrés no es malo en sí mismo, necesitamos producir adrenalina, noradrenalina y cortisol para realizar algunas actividades. El estrés se transforma en perjudicial cuando se instala, cuando se hace crónico.
Cuando esto pasa, las hormonas del bienestar empiezan a secretarse en menor cantidad, dopamina, serotonina, endorfinas y melatonina aparecen en mínimas concentraciones en nuestro organismo y empezamos a perderle el gusto a lo que hacemos, a desmotivarnos, a sentir ansiedad, taquicardia, tristeza, agotamiento emocional y físico (por mas que no hayamos hecho “esfuerzos físicos”), irritabilidad, baja autoestima insomnio, dolores de cabeza. Todos estos signos van dándole forma, van corporizando este “fantasma” que nos ronda permanentemente. El Burn Out siempre existió, pero nunca se habló de él, fue un tema tabú por décadas, y por suerte ya no es así.
Declaración en primera persona
Soy Javier Paoloni, médico veterinario de Argentina, con 25 años de profesión dedicados a la clínica general y cardiología. Trato con gente todos los días, trabajo con 6 colegas, una de ellas es mi hija recién recibida. Intento hacer todo lo que les compartí en esta breve nota, pedí ayuda a colegas amigos en su momento, pedí ayuda profesional en otros y le gané la guerra al Burn Out. Soy felíz desarrollando la profesión que amo; me aseguro que mi equipo de trabajo también lo sea (está mi hija en él).
Somos rentables, competitivos y nuestra actividad tiene impacto social positivo en la comunidad. No tengo miedo de decirlo. Querido colega, si estás en la misma situación, decilo, compartilo, no te lo guardes, que los jóvenes se enteren de lo hermosa que es esta profesión. Y si sentís que el fantasma está demasiado cerca, también decilo, compartilo, habla con un familiar, con un colega amigo, pedí ayuda profesional o llámame que estaré siempre dispuesto a charlar de este tema.
Porque a mayor cantidad de aliados, mayores son las posibilidades de ganar esta guerra.
¿Qué podemos hacer entonces?
Abrazar dos conceptos fundamentales: aceptación y reciprocidad
Aceptar que hacemos lo mejor posible siempre por nuestros pacientes y sus familias, que los resultados muchas veces son maravillosos y otras veces no. Aceptar que hacemos nuestro mejor esfuerzo desde lo médico y lo humano. Aceptar que no somos seres todopoderosos que todo lo podemos, que a “todos salvamos”.
Reciprocidad en la exigencia, si nos exigen que desarrollemos la mejor medicina para nuestro paciente, el propietario debe acompañar esa exigencia con recursos económicos para poder hacerlo.
No carguemos mochilas que no nos corresponde cargar (valga la repetición).
Seleccionar nuestro target, así como los clientes nos eligen con total libertad, nosotros también podemos elegir en qué segmento de clientes enfocar nuestros esfuerzos comerciales.
Ordenar nuestros horarios de trabajo.
Alejarnos del individualismo entendiendo que la clave del éxito es el trabajo en equipo, equipos donde haya escucha plural, confianza, contención y libertad para expresar nuestras ideas.
Realizar actividades que nos reconforten, en las que “fabriquemos” serotonina, caminar, trotar, correr, viajar en moto, leer, practicar un deporte, viajar en familia, poner los pies en el pasto, en la arena … qué se yo, hacer lo que nos gusta, lo que nos da verdadero placer. Si ponemos a nuestro núcleo acuminado a producir serotonina, endorfinas, dopamina y melatonina, empezaremos a tener iniciativa, perseverancia, sensaciones placenteras, disfrutaremos de cada cosa que hagamos. Empezaremos a disfrutar de desarrollar nuestra profesión.
Tratemos de dormir 7 u 8 horas por día (si la melatonina esta “alta” no tendremos problemas en hacerlo).
Intentemos no estar frente a una pantalla 3 horas antes de ir a dormir (difícil, pero no imposible). Recuperemos el hábito de leer “un libro” … pero en papel.
Comamos sano, tomemos mucha agua y aprandemos a respirar (sí, a respirar) para darle a nuestro cerebro lo que necesita: glucosa, agua y oxígeno. Cuando esto pasa, cuando fluimos en nuestra profesión, cuando nos reímos, cuando estamos felices, esa felicidad que “brota por los poros” hace que mucha gente quiera estar cerca de nosotros … ¡y esa gente son los clientes! Las tasas de retorno aumentan, aumenta la rentabilidad de la Veterinaria y entramos a un círculo virtuoso de felicidad y rentabilidad.
Como Veterinarios entendamos al Burn Out como un “juego hormonal” donde la puja se da entre el cortisol, adrenalina y noradrenalina (las malas) versus la dopamina, serotonina, endorfinas y melatonina (las buenas). Si preponderan las buenas dormiremos bien, estaremos bien despiertos en el día, florecerán nuestra creatividad e innovación, nuestros pensamientos serán flexibles, nuestro cerebro cambiará del “modo reactivo” del estrés crónico al “modo receptivo” del bienestar y ahí verán cómo frente a un cliente difícil, frente a una situación complicada, frente a un caso complicado, frente a una cirugía complicada … ahí verán cómo nuestro cerebro entrenado y receptivo evalúa y ofrece varias alternativas, múltiples caminos, múltiples opciones para superar la situación que otrora nos hubiera dado un gran dolor de cabeza (literalmente).
Le he declarado la guerra al Burn Out y en esa declaración debe haber algo más, algo que los veterinarios con más años de experiencia parece que tenemos miedo a decir: podemos desarrollar la profesión siendo felices, rentables, competitivos y con impacto social positivo. Mostremos a las nuevas generaciones de veterinarios que pueden ser felices, desarrollar la profesión al más alto nivel y ganar dinero haciéndolo, no tengamos miedo de decirlo.
Más sobre Javier Paoloni
Médico Veterinario (1996). Universidad Nacional Río Cuarto, Córdoba. Actividad desarrollada: Clínica General y Cardiología. Docente del Curso «Trayecto en Desarrollo Emprendedor» (UNRC). Diplomados en Competitividad para las Organizaciones del siglo XXI; en Gestión Empresarial y en Planeación Estratégica. Docente Cátedra Competencias Transversales para la formación de Ing. emprendedores (UNRC). Docente del Posgrado de Gestión y Marketing Veterinario en www.vetesweb.com.