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¿Cuáles son los paradigmas que limitan al sector?

La interacción entre los actores involucrados en el ámbito de la sanidad animal está signada por un conjunto de creencias a partir de las cuales se torna difícil generar nuevas oportunidades.
Motivar | Luciano Aba
Por Luciano Aba 28 de octubre de 2013 - 20:20
Creencias. ¿Hubiera avanzado la ciencia sin cuestionarse las teorías sobre la Tierra? Creencias. ¿Hubiera avanzado la ciencia sin cuestionarse las teorías sobre la Tierra?

Si existe un tema que ha ocupado buena parte de los debates del equipo de trabajo que conforma este Periódico MOTIVAR en los 11 años que con esta edición estamos celebrando es, sin dudas, cómo puede el sector local de la sanidad animal lograr resultados diferentes frente a las problemáticas que lo merodean desde hace décadas.

«Si quieres cambio verdadero, pues camina distinto», recita el popular tema de la banda puertorriqueña, Calle 13. Eso es sabido y el sector lo comparte, pero hay algo más; algo que no hemos podido develar y que nos habilita a virar en nuestra forma de estructurar los temas y a esbozar algo distinto.

¿Y si se cambia el pensamiento antes que la acción? Algo así como poner en duda y reformular los diagnósticos antes de modificar algo que quizás amerite otra estrategia, en términos «marketineros».

Con este planteo en mente, comenzamos a indagar un poco más en experiencias prácticas, casos de éxito o bibliografía que pudiera disparar nuestra imaginación para, al menos, intentar develar nuestro interrogante. Fue en esa búsqueda que accedimos al libro «PNL. La técnica del éxito», de Merlina de Dobrinsky y encontramos una visión interesante para compartir con nuestros lectores.

 

Programación Neuro Lingüística

Variadas pueden ser las definiciones respecto de qué es la PNL y todas ellas son válidas. Mientras que algunos aseguran que se trata de «un modelo acerca de la estructura que tiene nuestra experiencia subjetiva y cómo ésta influye en nuestra comunicación y comportamiento general», otros sostienen que es «una rama de la psicología que proporciona técnicas específicas para generar nuevas rutas mentales». Por nuestro lado -y de todas las que plantea Dobrinsky- nos quedaremos con aquella que la encuadra como «un sistema que permite operar en marcos mentales que posibilitan el cambio y el crecimiento».

Lejos de volvernos filosóficos, vemos interesante el concepto de «creencia» al cuál se hace referencia en el texto, como obstaculizador de situaciones superadoras.

La Programación Neuro Lingüística sostiene que las creencias (filtro que utilizamos para procesar lo que entendemos como realidad) tienen dos componentes siempre presentes y unidos: una idea y un sentimiento específico de certeza que la acompaña. «Sin eso, la idea tan sólo es una opinión que no ofrece resistencia al cambio; cosa que sí ocurre con las creencias», destaca la autora de quien tomaremos su teoría para avanzar en el planteo.

Claro que aquí no se hace referencia a creencias que podrían denominarse positivas (por ejemplo: los padres envían a sus hijos al colegio porque creen que la educación va a mejorar su calidad de vida), sino a aquellas que imposibilitan instrumentar cambios positivos.

Para ser más claros, compartimos este ejemplo utilizado en el libro: «Durante siglos todo Occidente vivió bajo la creencia de que la Tierra era el centro del Universo y que el Sol giraba alrededor de ella.

Esa falsa creencia resultó un estorbo a la hora de avanzar verdaderamente en el camino del conocimiento científico».

Y aquí nos enfrentamos a uno de nuestros últimos interrogantes teóricos: ¿Todo lo que creemos es cierto? No necesariamente, pero sí verosímil.

Es decir, algo verdadero es que el ser humano es mortal o que el agua está compuesta de hidrógeno y oxígeno. Mientras tanto, lo verosímil «es algo que pudiendo ser verdadero y sonando como tal, no lo es, pero que buena parte de la gente lo acepta de ese modo. Y es allí donde se instalan las creencias».

Incluso en casos que evidentemente son verdaderos, mucha gente ni siquiera podrá percibirlos como tales ya que no se ajustan a su creencia verosímil. Por ejemplo, si alguien comenta que conoció un italiano, que ciertamente, era una persona desapasionada, no es raro que reciba respuestas tales como: «Entonces no era italiano». O de otro modo: «Si no tuvo brucelosis, no es veterinario en serio».

Según Dobrinsky, otra característica de la creencia es que es generalizadora y no permite apreciar las diferencias entre los elementos o los individuos que la componen: «Los laboratorios le venden directo al productor», «Los veterinarios salen de la Facultad sin saber nada» o «No vacunamos contra carbunclo porque en esta zona no hay». ¿Les suena?

Este sistema de creencias es inmutable e intenta certificarse por sí mismo, sin darle lugar a nada nuevo. Cuando algo no encaja, es tratado como excepción: «Es extraño, con lo joven que es, está muy comprometido con su trabajo»…

Contrariamente, y según nuestra referencia bibliográfica: «la duda promueve la búsqueda de nuevas referencias que sostengan o expliquen lo que sucede, habilita y posibilita las modificaciones e instala un terreno propicio para la renovación y los cambios positivos que permiten el progreso y el crecimiento».

 

Al terreno

En definitiva, y a modo de ejercicio, nuestra propuesta apunta a interpelar las creencias que moldean al sector de la sanidad animal en Argentina. ¿Y cómo hacerlo? Intentando analizarlas y determinar si son el eje adecuado por medio del cual plantear cambios que generen resultados distintos a los del pasado.

En muchos de nuestros debates sobre las dificultades de la comercialización de productos veterinarios y el rol de los profesionales en este rubro, hemos escuchado frases que podríamos resumir en la siguiente expresión: «Lo que pasa es que a los veterinarios no les gusta vender. No saben».

Bajo esa creencia, las posibles acciones que uno podría imaginar, estarían orientadas a resolver la propia filosofía de las Ciencias Veterinarias. Algo así como plantear el debate entre prevenir, curar o ¿vender? Pocas chances le quedarían a este último contrincante.

Sin embargo, los veterinarios venden. Venden hacienda, venden campos y venden servicios. Están ligados al negocio agropecuario. ¿Y los productos? Esta es la pregunta que desvela a la industria.

Lo interesante sería poder dudar por un tiempo de ese «no les gusta vender» y llevarlo hacia un «no les es negocio vender productos veterinarios», por ejemplo. ¿Qué pasaría?

¿Y si se tomara como paradigma el hecho de que los profesionales dudan de la calidad o la eficacia de los productos que se ofrecen y prefieren no mezclar sus honorarios con la venta de insumos?

¿Hacia dónde deberían orientarse los esfuerzos para solucionar ese problema? ¿Son los profesionales o los ganaderos quienes no están convencidos de que la inversión en tecnologías sanitarias logra los efectos productivos que, en los modelos exitosos, se ha demostrado? ¿Es la sanidad el pilar principal de la producción desde sus puntos de vista?

Si bien entendemos que estas preguntas pueden generar sentimientos diversos en nuestros lectores, no son más que parte de un ejercicio para poner en duda las creencias que rodean a un sector veterinario que, por ejemplo, evidencia un estancamiento en la cantidad de dosis de vacunas que se registran año a año para su uso en bovinos ante el Senasa.

Mucho puede también criticárseles a las facultades y mucho podrán cambiar de perfil las currículas -pasando de sanitaristas a produccionistas o productivistas- pero si el veterinario de campo no toma la iniciativa de revertir la creencia de los productores en cuanto a que están ligados únicamente a las cuestiones de la salud de su hacienda, poco de lo que se intente para lograr una mayor inserción en las mesas de decisiones dará sus frutos.

Ya intentando ejemplificar nuestra teoría en el caso de los clientes ganaderos, podríamos decir que son muy acotadas las acciones que se pueden generar desde aquellos que les ofrecen productos y servicios si no se sale del «si el precio de la hacienda no acompaña, ellos no invierten». Esta creencia, sinceramente, no está sustentada por ningún estudio concreto, pero es verosímil y opaca cualquier tipo de iniciativa alternativa a las actuales. ¿Y qué pasaría si se demostrara que el valor de la hacienda o un mayor caudal exportador no son factores determinantes en la incorporación de tecnología por parte de los productores?

Independientemente de los ejemplos escogidos en este artículo (seguramente, habrá más y mejores), apuntamos a sembrar una incógnita que permita analizar al sector bajo paradigmas nuevos, distintos a aquellos que ya de antemano impiden imaginar, ciertamente, cualquiera de los cambios que se esperan.

Desde este medio, también nos comprometemos a poner en marcha este mecanismo, generando debates, discutiendo ideas y desafiando las creencias, inclusive a riesgo de quedar expuestos en el intento.

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