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SUSCRIBITE Si el empresario Enrique Fischer encarnó los primeros pasos de Chinfield en la industria farmacéutica orientada a equinos, es en el rol de su esposa, Susana, donde se explica la presencia internacional del laboratorio argentino y su paulatina consolidación en el mercado.
Ahora, está en las manos de Enrique, su único hijo, el futuro de esta compañía que es sinónimo indiscutible de salud animal.
“Uno de los grandes desafíos es lograr que Chinfield sea visto como un laboratorio veterinario integral más allá de la especialización en equinos”, adelanta el joven empresario en diálogo exclusivo con MOTIVAR, en el marco del repaso de las historias de empresas de familia que hacen a la industria local.
“Uno de mis grandes desafíos es lograr que Chinfield sea visto como un laboratorio veterinario integral, más allá de la especialización en equinos”. Enrique Fischer (h), presidente de Chinfield.
Chinfield comenzó a trotar en 1966 con un origen muy peculiar relacionado a la cría de chinchillas. Sin embargo, ese segmento no dio los frutos esperados (Ver recuadro) y muy pronto el incipiente laboratorio mutó a desarrollar líneas de productos orientadas a caballos, otra de las pasiones de don Enrique.
Hoy, la dupla formada por Susana y Enrique (h) lidera un negocio que tiene un portafolio de 80 productos y suma 50 colaboradores en su planta de 1.700 m2 cubiertos en Munro, Buenos Aires.
En la historia reciente, a pesar de una caída del 20% en sus ventas durante 2020, la empresa proyecta una clara recuperación para el actual ejercicio, donde espera superar los US$ 4 millones en ingresos generados en partes iguales entre el mercado interno y la presencia internacional.
El “pura sangre” argentino fue siempre el gran embajador de los productos de Chinfield alrededor del mundo, una característica no menor para un laboratorio que siempre tuvo a la exportación como una pata estratégica del negocio.
“No podemos perder de vista que aún hoy la Argentina está entre los cuatro mayores exportadores de caballos del planeta. Muchos clientes locales relacionados a la práctica del polo o el pato utilizaban nuestros productos localmente y, al viajar, también se los llevaban. Eso se transformó en una excelente manera de acceder a nuevos mercados”, resume los comienzos Susana Fischer, en un mano a mano exclusivo con MOTIVAR.
“Argentina tiene muy buenos veterinarios de caballos alrededor del mundo y aquellos que conocieron la marca y confían en nuestros productos se dieron cuenta que querían seguir utilizándolos incluso fronteras afuera. De ese modo, muchas veces nos abrieron mercados que supimos retener”, asegura la co-fundadora del laboratorio que entre sus productos estrellas cuenta con etiquetas como MV Chinfield, Batacas y Anartritico en equinos y Yodacalcio B12D para ganadería.
“Si bien siempre nos vimos y buscamos consolidarnos como una empresa activa, hubo mercados que por la competencia, la lejanía y los costos argentinos resultaron imposibles para Chinfield, como por ejemplo, Australia”, confiesa Susana Fischer.
Y agrega: “la mayoría de nuestros productos son inyectables y esto hace que no puedan ser administrados por cualquier persona. De allí la relevancia de haber tenido siempre a los médicos veterinarios como aliados estratégicos”.
Enrique (h) recuerda que su padre dedicó muchos años a armar botiquines con productos que mensualmente entregaba a 150 médicos veterinarios repartidos en los principales hipódromos del país.
“Al mismo tiempo, visitaba a los estudiantes de Veterinaria para compartir sus experiencias y eso generó una relación especial con muchísimos profesionales que, con los años, fueron ganando posiciones en distintas entidades. Esto fue clave para hacer de Chinfield una marca reconocida”, confiesan a coro madre e hijo.
“A su vez, permitió desarrollar productos a partir de la relación fluida que logró la empresa con muchos médicos veterinarios referentes”, agrega el actual presidente de la compañía.
A medida que fueron llegando nuevos laboratorios a la industria, la respuesta de Chinfield nunca fue de verlos como rivales sino trabajar siempre sobre una sana competencia entre empresas que, en su mayoría eran también familiares.
Más allá de esto, Susana Fischer asegura que existía un halo de secretismo sobre los desarrollos y estrategias de cada firma por aquellos años.
“El primer llamado que recibí con las condolencias por la muerte de mi esposo fue una oferta de compra y dije que el laboratorio no estaba a la venta”, confiesa tajante Susana Fischer, en diálogo con MOTIVAR. “La extensa enfermedad de mi marido me permitió prepararme para la transición”, agrega la mujer que despidió a su aliado de toda la vida en 1999.
Poco tiempo después, un laboratorio importante de Brasil también acercó una oferta que puso en duda la continuidad de Chinfield en manos de la familia Fischer.
“Estábamos a mitad de camino en materia de conquistar mercados y consolidar la empresa. Por suerte, mi hijo visualizó que había mucho por hacer y que la empresa era el futuro de la familia; así que seguimos adelante”, resume aquellos años decisivos, en los cuales el laboratorio generaba solo un 23% de sus ventas en la exportación.
“El Dr. Juan Carlos Sosa es un técnico referente de la compañía que me acompañó en las misiones comerciales hasta 2006 cuando logramos la certificación GMP. Desde ese entonces, me aboque a los números de la empresa”, aclara Susana que claramente sigue atenta el día a día de su compañía.
“Certificar estas normativas representó un gran proceso de aprendizaje para todos, más allá de las inversiones que demandó”, agrega quien, en un viaje entre Túnez y el Líbano, comenzó a ser consultada respecto de este tipo de certificaciones de calidad por primera vez.
“Al volver, convencí a mi marido de hacerlo y si bien llevó años de trabajo, lo logramos”, asegura esta mujer que en base a “organización y ganas” transita con éxito su doble rol de madre y empresaria.
Hoy, Enrique (h) tiene tres hijos, miembros de la tercera generación de la familia Fischer en la industria veterinaria y asegura que el laboratorio no está en venta.
“Mi primer recuerdo es más bien lúdico, cuando venía con mi padre a jugar con las tapitas de los productos. Me encantaba el olor de la ropa cuando se impregnaba con el aroma de las materias primas. Ya de adolscente, comencé a realizar algunas tareas esporádicas, para tiempo más tarde entrar definitivamente a la empresa”, resume sus primeros pasos en la compañía que desde hace dos años preside.
“La industria del caballo es de elite; todos los valores que se manejan son muy altos y la rentabilidad de ese segmento para nosotros como proveedores de la industria equina es importante”, agrega el heredero de Chinfield que genera un 80% de sus ventas en ese segmento y el resto a través de la ganadería bovina.
“El mercado externo es muy importante porque son clientes fieles. Si bien requieren de una adaptación constante, hoy es más rentable que las ventas al mercado local. Por eso lo vemos como un canal estratégico, al punto tal que nos permite concretar el grueso de las inversiones”, asegura Fischer a lo que su madre aporta: “Conservar esos mercados tiene que ver con la calidad de productos y el famoso “face to face”: hay que estar y no perder presencia. Por eso, en el departamento que más hemos invertido es el de control de calidad. Este es uno de los secretos de Chinfield, garantizar la calidad de los productos”.
Todos los años la firma invierte millones de pesos en lograr una mejora continua. “Una vez que te embarcas en las mejoras es difícil detener las inversiones porque también el mercado lo demanda. Todo el tiempo están subiendo la vara y si no se invierte constantemente hay mercados que no se pueden conservar”, explica el presidente de Chinfield.
Y detalla el destino de los últimos desembolsos: “Invertimos US$ 2 millones en líneas automáticas de inyectables, estufas de despirogenado, autoclaves, generador de vapor y de aire limpio”.
En cuanto al futuro los desafíos que presenta el mundo, la industria y su propia empresa son múltiples. Para Susana, las medidas restrictivas en la Argentina dificultan la operatoria tanto para la compra de insumos, como el pago de todo tipo de aranceles internacionales por lo cual es muy difícil planificar el futuro.
Sin embargo, cree que la demanda global de proteína animal continuará en expansión y piensan crecer en ese segmento.
“Si hoy la ganadería representa una pata del negocio, aspiramos a que sean dos en cinco años; es decir, duplicar su participación”, adelanta Enrique Fischer. Y agrega: “Otro desafío para mí como miembro de la segunda generación es poder patentar algunos de nuestros productos en Europa”.
A su vez, en cuanto a la visión del mercado local por donde pasan la mitad de sus ventas, ambos creen que es inminente un proceso de fusiones en la industria veterinaria. “Es una tendencia global ante las exigencias en materia de inversiones a propósito de las regulaciones globales. Nosotros estamos dispuestos a evaluar todo tipo de alianzas en ese sentido porque somos referentes en un segmento específico que puede resultar de interés para otras compañías”, explica Enrique Fischer (h), que sumó experiencia en el manejo del negocio pasando por las distintas áreas de la empresa y sumando una década en la dirección general previo a tomar la presidencia.
En la mitad de los años 60, la cría de chinchillas vivió su pequeño boom en la Argentina. En aquellos tiempos, Enrique Fischer cerraba una etapa en la industria farmacéutica de humana, retirándose de una firma en la cual participaba como accionista minoritario. De la mano de su esposa, Susana, buscó alternativas para volver a emprender y fue así como se subieron al boom de las chinchillas. La aventura los llevó a importar estos roedores desde Alemania e invertir en el desarrollo de productos farmacológicos orientados a este segmento durante al menos dos años, pero pronto quedaron en pie solo un par de criaderos y en simultáneo Enrique decidió reorientar la producción de su incipiente laboratorio hacia el rubro equino. Si bien el crecimiento en esta nueva área fue paulatino, pasaría a convertirse en el core business de la firma. Las chinchillas no solo quedaron en el recuerdo, también forjaron el nombre del laboratorio: Chinfield.
No es otra cosa que la fusión inglesa de “campo de chinchillas”, idea que surgió una noche de primavera de 1966 cuando Susana aún trabajaba para una empresa inglesa.
En la década del 60, la competencia era amplia y con la presencia de muchos actores internacionales, pero estaba todo por hacerse.
El mercado argentino representó la experimentación y el lanzamiento, pero el mercado externo fue el objetivo de Chinfield desde el inicio.
Se comenzó por los países limítrofes, pero la presencia en ferias internacionales permitió transmitir los beneficios de sus productos.